Al fin llegó el momento, se giró y me miró. Se dio completamente la vuelta, me miró pero siguió con su trabajo, bueno realmente se quedó inmovilizado pero con la cabeza agachada, yo no me moví, él tampoco. Yo sabía lo que quería, con su mirada me valía, me era más que suficiente, por lo que me negaba a irme sin ella. Si, ya me había mirado, pero no tenía suficiente. Él seguía pensando que hacer, yo esperaba, no tenía prisa, llevaba mucho tiempo esperando por él, unos minutos más ya eran insignificantes.
Por fin, volvió a mirarme, a penas habían pasado unos segundos desde su primera mirada, posiblemente no llegase a un minuto pero esa espera se me hizo eterna. Subió la cabeza, me miró, me sonrió, me hizo la mujer más feliz, todo lo que tardó en mirarme tardó mucho mas en retirármela. Él no dejaba de mirarme y estaba claro que no sería precisamente yo quien lo hiciese. El tiempo se paró, el mundo se detuvo a nuestra espalda, estábamos frente a frente, a pocos centímetros el uno del otro, pero no éramos capaz de dejar de sonreírnos, tanto tiempo esperando y aún no nos habíamos ni saludado, que mas daba, no nos importaba, nuestras miradas hablaban por nosotros, estaban impacientes por juntarse de nuevo, ya lo habían hecho, estaban comprobando que seguían igual que antes, que nada había cambiado, seguíamos siendo los mismos y yo por lo menos tenía más claro lo que quería conseguir, como quería que fuese mi vida, nuestra vida. Todo era perfecto, no quería que ese momento acabase, me había costado demasiadas lagrimas para que acabase de golpe, no era justo, pero no podía pretender que él dejase sus obligaciones por mirarme a mi.
Yo era feliz, parte de mi objetivo se había cumplido. El paraíso de sus ojos azules se había rendido a la furia de mis ojos negros, durante esos instantes le dominé, fue mío. En tan solo un segundo robé sus pensamientos, le hice rendirse a mis deseos, sabía que con el tiempo le haría suspirar de amor, en sus sueños desde lejos le gritaba “Te quiero”.
Dejó de mirarme, sentí que ese día había acabado ya, no podía hacer más, pero había superado con creces las expectativas del primer día, de mi regreso. Di media vuelta, me disponía a marcharme, sabía que mas de un compañero suyo había sido testigo de esas miradas, que en otra circunstancia no habría significado nada, pero hasta un ciego se habría dado cuenta del mensaje oculto.
Yo me alejaba, él estaba de espaldas, me iba sin que se diese cuenta, no quería que fuese mas doloroso. Cuando ya estaba casi en la salida giré la cabeza, quería verle por última vez, solo quería que él fuese mi última imagen, mi perdición, el mejor de mis pecados. Si quererle significaba ir al infierno iría de cabeza, pues no hay mas fuego en el infierno del que hay en mi piel.
Por fin, volvió a mirarme, a penas habían pasado unos segundos desde su primera mirada, posiblemente no llegase a un minuto pero esa espera se me hizo eterna. Subió la cabeza, me miró, me sonrió, me hizo la mujer más feliz, todo lo que tardó en mirarme tardó mucho mas en retirármela. Él no dejaba de mirarme y estaba claro que no sería precisamente yo quien lo hiciese. El tiempo se paró, el mundo se detuvo a nuestra espalda, estábamos frente a frente, a pocos centímetros el uno del otro, pero no éramos capaz de dejar de sonreírnos, tanto tiempo esperando y aún no nos habíamos ni saludado, que mas daba, no nos importaba, nuestras miradas hablaban por nosotros, estaban impacientes por juntarse de nuevo, ya lo habían hecho, estaban comprobando que seguían igual que antes, que nada había cambiado, seguíamos siendo los mismos y yo por lo menos tenía más claro lo que quería conseguir, como quería que fuese mi vida, nuestra vida. Todo era perfecto, no quería que ese momento acabase, me había costado demasiadas lagrimas para que acabase de golpe, no era justo, pero no podía pretender que él dejase sus obligaciones por mirarme a mi.
Yo era feliz, parte de mi objetivo se había cumplido. El paraíso de sus ojos azules se había rendido a la furia de mis ojos negros, durante esos instantes le dominé, fue mío. En tan solo un segundo robé sus pensamientos, le hice rendirse a mis deseos, sabía que con el tiempo le haría suspirar de amor, en sus sueños desde lejos le gritaba “Te quiero”.
Dejó de mirarme, sentí que ese día había acabado ya, no podía hacer más, pero había superado con creces las expectativas del primer día, de mi regreso. Di media vuelta, me disponía a marcharme, sabía que mas de un compañero suyo había sido testigo de esas miradas, que en otra circunstancia no habría significado nada, pero hasta un ciego se habría dado cuenta del mensaje oculto.
Yo me alejaba, él estaba de espaldas, me iba sin que se diese cuenta, no quería que fuese mas doloroso. Cuando ya estaba casi en la salida giré la cabeza, quería verle por última vez, solo quería que él fuese mi última imagen, mi perdición, el mejor de mis pecados. Si quererle significaba ir al infierno iría de cabeza, pues no hay mas fuego en el infierno del que hay en mi piel.